martes, 25 de marzo de 2014

Naciones rebeldes: las revoluciones de independencia latinoamericanas, de Manuel Lucena Giraldo

Hace Manuel Lucena Giraldo, en el Epílogo, suya la cita del historiador John G. A. Pocock "una sociedad puede tener tantos pasados y tantos modos de dependencia con esos pasados como tiene relaciones efectivas con el pasado. La conciencia de la sociedad acerca de su pasado es plural, no singular, y está
condicionada de muchas maneras".
Naciones rebeldes: las revoluciones de independencia latinoamericanas apenas supera las doscientas páginas, suficientes para que Felipe Fernández-Armesto lo considere "el mejor trabajo sobre el tema" y Eduardo Posada Carbó "una síntesis magistral".

 
La historiografía latinoamericana de los siglos XIX y XIX "ha planteado unos modelos de virtud republicana que obedecían a una versión de las élites blanca y criollista, fabricada en las décadas posteriores a la emancipación de España. Los peninsulares, malos, rencorosos y avariciosos, agraviaban a los americanos, buenos y virtuosos". Esta historiografía ignoraba, por ejemplo, el papel que jugaba como actor principal la América indígena y la Afroamericana.
En los cuatro capítulos en que se divide Naciones rebeldes el autor busca las interconexiones entre los sucesos de España y los de América y entre las repúblicas que nacieron, sus similitudes pero también las diferencias fundamentales por las que no se consiguió una unión política (en México pactaron las élites en la figura de Agustín de Iturbide frente a la Corona española y también frente a la insurrección de Hidalgo y Morelos); dedica además un espacio al precedente de Haití y al caso brasileño; en el Epílogo, frente a quienes contraponen el exitoso norte (Estados Unidos) contra el fracasado sur, recuerda que en éste "sancionaron la anomalía de que se pueda elegir a un presidente sin mayoría de votos populares [...] La nación del norte todavía necesitaría una sangrienta guerra civil para acabar con la esclavitud [...] y ha elegido a un presidente de color por primera vez bien entrado el tercer milenio" sin embargo "los ideales ilustrados y su prolongación decimónica no estaban dispuestos a admitir una creación virtuosa y civil en la periferia de Occidente".
Comienza Manuel Lucena Giraldo su relato con la monarquía borbónica recién asentada en el poder en España y el reformismo en que "la cuidadosa y barroca sofistificación del "obedezco pero no cumplo", que había garantizado en la distancia marcada por el Atlántico la posibilidad del compromiso con las élites americanas en la común tarea de la conservación de la monarquía global española, dio paso bajo su gobierno a una fórmula de poder que les exigía una inédita obediencia". El ministro José Gálvez y sus visitadores sirven como ejemplo, aunque no siempre quisieron -o pudieron- aplicar las reformas. Junto a las reformas, el escándalo que supuso para los españoles americanos la entrega de Santo Domingo, ya que "mostró que la Monarquía de Carlos IV no vacilaba en olvidar su naturaleza patrimonial reconocida en las Leyes de Indias y cedía a sus tradicionales enemigos una capitanía americana, con población incluida". Además, les quedó claro que a partir de ahora deberían defenderse a sí mismos y también que los intereses imperiales habían quedado relegados frente a los peninsulares.
En la Península hubo críticos con esta posición, como el Conde de Aranda o Jovellanos quien, ya en la Guerra de la Independencia, escribió a su amigo y antiguo intendente de Venezuela, Francisco de Saavedra: "Si la patria, perece usted no puede ni debe permanecer en España. Sea usted con sus dignos compañeros el salvador de la patria; sean si no los salvadores de América". La Guerra de la Independencia cambio las relaciones entre la Península y América pero Manuel Lucena Giraldo señala que "el establecimiento de juntas americanas y la declaración o proclamación de independencia de España constituyeron hechos diferentes que la mitología nacional unió a posteriori" y también que no es cierta la percepción en España de "un traicionero estado de opinión americano contra la pobre metrópoli española, posiblemente en el peor momento de su historia".
Hasta 1815, según el autor, "la idea de independencia fue contemplada en casos fundamentales y por sectores nada desdeñables del patriciado urbano americano como separación de los gobiernos españoles de la Junta Central y la Regencia Monárquica, infiltrados por los intereses monopólicos del comercio gaditano".
Cuando regresa Fernando VII al poder, lo que hasta ese momento era guerra civil se convirtió en guerra nacional, en la que mucho tuvo que ver la estragegia que se siguió a partir del Consejo de Guerra del general Pablo Murillo a bordo del navío San Pedro de Alcántara, del que escribió el liberal Vadillo en 1836: "en una guerra que podía hacerse más con política que con armas, precisamente lo que faltó fue la política". En la parte final del libro abunda en detalles de la guerra entre españoles peninsulares -aunque el ejército peninsular estuviese compuesto en su mayoría por americanos- y americanos en las distintas partes del continente; Riego y la revolución de 1820, el papel que reservaba la Constitución a los americanos y cómo se elegían sus representantes y también la visión de los nuevos estados que podían tener sus fundadores: San Martín y sobre todo Bolivar.


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