domingo, 17 de febrero de 2013

Juegos peligrosos. Usos y abusos de la historia, de Margaret MacMillan

"Aunque el estudio de la historia no consiga enseñarnos más que humildad, escepticismo y conciencia de nosotros mismos, habrá hecho algo útil. Debemos continuar examinando nuestras suposiciones y las de los demás y preguntarnos: ¿cuáles son las pruebas? O bien: ¿existe otra explicación? Deberíamos mostrar cautela ante las reivindicaciones grandilocuentes en nombre de la historia, o ante aquellos que aseguran haber descubierto la verdad de una vez para siempre. Al final, el único consejo que puedo dar: es úsela, disfrútela, pero trate siempre la historia con cuidado".

Margaret MacMillan bien sabe de las "reivindicaciones grandilocuentes", ya que dedicó un libro a la Conferencia de Versalles, París, 1919 (reseña mía: aquí).
En su ensayo Juegos peligrosos, usos y abusos de la historia, la canadiense escribe sobre cómo la historia nos puede ayudar, pero en mayor medida, por ignorancia o mala fe, confundir. Tras el final de la Guerra Fría, "el mundo se parece más bien a la década anterior a 1914 y el estallido de la primera guerra mundial, o al mundo de los años veinte. En aquellos días, mientras el Imperio Británico empezaba a debilitarse y otras potencias, desde Alemania a Japón y Estados Unidos, se desafiaban su hegemonía, el sistema internacional se volvió inestable". Cambien Imperio Británico por Estados Unidos y Japón y Alemania por Rusia y China y nos situaremos en la actualidad. Pero MacMillan advierte del peligro de las comparaciones apresuradas: no todos los tiranos son Hitler ni cualquier negociación con un enemigo supone un nuevo Munich 1938. 
La función del museo, ¿lugar de conmemoración o de reflexión (ejemplos como los bombardeos aliados sobre Alemania en la II Guerra Mundial: "ellos sabían qué era arriesgar sus vidas volando por encima de Alemania, pero no podían saber nada de los debates en Whitehall o del impacto de las bombas que estaban dejando caer")?; los libros de historia (¿inculcar valores nacionales? ¿y cuáles son estos?); la memoria, pero también su amnesia (la Austria nazi, la Francia de Vichy, el pasado franquista de España...); las reivindicaciones territoriales (y por supuesto las económicas de minorías que en el pasado fueron explotadas) que en Palestina llegan hasta las disputas arqueológicas para demostrar quién estuvo antes, si palestinos o israelíes ("Obsesionarse con los horrores del pasado como el Holocausto o la esclavitud puede dejar a la gente sin recursos para enfrentarse a problemas de aquí y ahora); o qué significó en su momento la batalla de Kosovo, cómo la vieron los contemporáneos, cómo se modificó la imagen que se tenía de ella hasta llegar a la Guerra de los Balcanes; el nacimiento del nacionalismo en el siglo XIX.
Ameno libro que deja clara la función (una de las funciones) que para la autora tiene la historia, citando al británico Michael Howard: "el papel adecuado de los historiadores es cuestionar, e incluso desmontar, los mitos nacionales."
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