sábado, 10 de diciembre de 2011

Alegría y tristeza en la Francia ocupada. Y siguió la fiesta, de Alan Riding

Soldados alemanes habituales en los cabarets
Alan Riding se planteó Y siguió la fiesta (la vida cultural en el París ocupado por los nazis) para responderse a la pregunta "¿Cómo abordaron artistas e intelectuales el peor momento político de la ciudad en todo el siglo XX? ¿Acaso el talento y el estatus trajo consigo una mayor responsabilidad moral? ¿Es posible que una cultura floreciera en ausencia de libertad política?".


A la segunda, a la cultura floreciente, responde afirmativamente: durante la Ocupación se produjeron un sinfín de nuevas películas, obras de teatro, espectáculos de cabaré, se abrieron prostíbulos, la compraventa de cuadros floreció (a expensas de los judíos). Difícil, en cambio, saber cuál de ese arte traspasa el tiempo: en cine, para el autor, Los niños del Paraíso (para mí también El cuervo de Clouzot que le costó a su director un tiempo de inhabilitación: no tanto por colaboracionista como por desenmascarar la hipocresía de la sociedad francesa: con esa ciudad de la acusación anónima, rompía el relato heróico que los comunistas construyeron acerca de la Resistencia); en novela El extranjero de Albert Camus, Suite Francesa de Irene Némirovsky -una de las historias más conmovedoras la suya, de sus hijos y marido- y Le Silence de la mer, de Vercors; se estrenó alguna obra de Sartre y la Antígona de Jean Anouilh. La moda no se desplazó de París, se compusieron muchas canciones sentimentales que formaron parte importantísima de la educación sentimental francesa: canciones de Chevalier, Piaf, Prevert... pero es indiscutible que, tras la guerra, y a excepción de algún escritor norteamericano París dejó de ser la capital del arte.
Podemos decir, por tanto, siguiendo a Alan Riding, que la cultura sobrevivió, pero no floreció: aunque el cartel de "no entradas" estuviera puesto todas las noches.
Soldados alemanes desfilan en París en 1940
¿Qué querían hacer los alemanes con la ciudad de París y con la cultura francesa?, se pregunta también Alan Riding. En muchos momentos, el Propaganda Staffel (cuyo objetivo, según Goebbels explicó en noviembre de 1940, "poner fin a la dominación francesa de la propaganda cultural, en Europa y en el mundo". O, como señala Riding, "mandar un mensaje claro a los alemanes: la victoria sobre Francia era no solo militar, sino también cultural e intelectual") y la embajada alemana dirigida por Abetz discrepaban; y lo mismo con las autoridades de Vichy que, en determinados aspectos relacionados con la moral, aun eran más represivos que los nazis. Los alemanes querían que continuara existiendo un París hedonista, en el que los franceses continuaran corrompiéndose y los alemanes encontraran esparcimiento.
¿Tuvo algún sentido la Resistencia Cultural? Para Sartre: "Nuestro trabajo consistía en decirles a los frances que no íbamos a dejarnos gobernar por los alemanes. Ese era el trabajó de la Resistencia, y no volar un puñado de puentes o de trenes aquí y allá". Menos entusiasta de sí mismo y de los Sartres que aparecieron tras la derrota alemana, fue Galtier-Boissière: "Hay poetas que escribieron una cuarteta sobre Hitler para un periódico confidencial (llamado Clandestino) bajo seudónimo que hoy creen sinceramente que fueron quienes salvaron Francia".
El resistente más conocido: Jean Paul Sartre se convirtió en "resistente oficial" cuando Albert Camus, como director de Combat, publicó unos artículos de Sartre (el primero el 28 de agosto, tres días después de la liberación) con el título Un paseante por el París insurgente. En la Resistencia literaria apenas existe círculo rebelde como el que, tras la derrota alemana, recibió el nombre de Red del Museo del Hombre: "Lo más sorprendente de esos primeros resistants, sin embargo, era que no se trataba de políticos, escritores ni periodistas antifascistas que hubieran participado en las batallas ideológicas de la década de 1930, sino sobre todo de etnólogos semidesconocidos que habían pasado años estudiando el comportamiento humano lejos de Francia".
Pero Alan Riding destaca cuando cuenta historias: de Marguerite Duras y su romance (o no) con un oficial alemán para que intercediera por su marido preso; Celine, al que ni los alemanes podían parar en sus invectivas: denunciador oficial, el primero en huir, pero también quien durante la Ocupación atendía como médico a enfermos y a prostitutas; Picasso, sus relaciones con el exilio, con los alemanes que lo admiraban, su conversión al comunismo (que nadie en la época, ni después, creyó); Varian Fry, el norteamericano que salvó a cientos de artistas, Walter Benjamin en la frontera de España y Peggy Guggenheim salvando vidas... y cobrándoselas con cuadros; los judíos expoliados y las representaciones (en su mayoría judías) prohibidas por la conocida como Lista Sarah Bernhardt...
Franceses que escriben sobre historia, periódicos colaboracionistas, semicolaboraciones, clandestinos, artistas que, de menor o mayor grado, acuden a Alemania y los exhiben como un triunfo...
Y, al final, en la victoria: la depuración. "En perspectiva, sin embargo, se puede observar un patrón: cuanto más duraba el arresto y el juicio, y cuanto más se podía demorar la sentencia, más leve solía ser el castigo". 
Una depuración que enfrentó a varios resistentes, Paulhan (quien durante un tiempo fue protegido por el colaboracionista Drieu La Rochelle), que pertenecía a los gaullistas, Albert Camus y el novelista Mauriac. Este último defendió a Brasillach y a otros y Camus le respondió con una columna El desdén de la caridad y más réplicas y contrarreplicas. "En lo tocante a las purgas, cada vez que yo he hablado de justicia, el señor Mauriac ha hablado de caridad...". Brasillach fue fusilado el 6 de febrero. Pero seis meses más tarde Camus dudaba en Combat de las purgas: "La palabra purga era cuestionable ya de buen principio. Su aplicación ha resultado odiosa". En 1948 reconoció que Mauriac tuvo razón desde el principio. El tercer resistente, Paulhan, también receló del proceso de depuración ya en otoño de 1944; en 1952 publicó un folleto titulado Lettre aux directeurs de la résistence. "Ocho años después de la liberación, aún intentaba rescatar la Rsistencia del extremismo político". Más bien, trató de que la depuración no se conviertiera, como de hecho lo hizo en gran medida, en un aparato dominado por los comunistas para ajustar cuentas, no solo con colaboracionistas indudables, sino con todo aquel que no perteneciera a su esfera.
Una joya la que ha escrito Alan Riding y publicado Galaxia Gutenberg.
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