viernes, 23 de septiembre de 2011

La barrera invisible (1947), de Elia Kazan

Dentro del periodismo de investigación, además de quien se traviste de nazi para poder hablar sobre esos ambientes, existe una corriente sentimental en la que una mujer se disfraza de musulmana, con un velo o llevando el burka, para hablar de sentimientos: qué siente la o el periodista. ¿Pero tiene sentido que una europea con estudios universitarios pretenda por un cambio de ropas saber cómo se siente una musulmana? A lo mejor la periodista ve rechazo o racismo y se indigna mientras que la musulmana ni se ha percatado porque siempre ha vivido así?


En la película de Elia Kazan, La barrera invisible (1947) (el título en inglés resulta mucho más acertado, Gentleman's Agreement, un acuerdo de "caballeros" por el que los vecinos se comprometen a no vender ni alquilar a judíos), Gregory Peck, un periodista viudo, busca darle un nuevo enfoque al tratamiento del antisemitismo y se hace pasar por judío. Al ser de otra ciudad, solamente su editor, su mejor amigo, su madre y su prometida lo saben. 
Kazan, antes de la delación (como en esta película) y después (cuando dirige sus mejores filmes) realizó un cine social, incluso pedagógico, pero revestido de los ropajes del negro o del melodrama. Eso no lo cambió la Caza de Brujas: dentro de Hollywood, sin contar a Abraham Polonsky o a Biberman, hasta la llegada de la generación de la televisión (Lumet, Penn, Mulligan...), su obra resulta de las más progresistas.
En La barrera invisible nos encontramos todas las formas de antisemitismo: el judío obligado a cambiar de apellido para encontrar trabajo (que teme que otros judíos no tan "gentiles" arruinen la reputación...), progres como la novia de Peck que se disgustan con los chistes racistas de su círculo de amistades pero no se levantan de la mesa, civiles que dudan del valor de un militar por ser judío, el hijo de Peck, con el que otros niños no juegan porque creen que es judío, los hoteles (la escena más famosa de la película) donde tienen una política no escrita de no permitir el alojamiento de judíos... "Me alegro de no ser judía, de no ser pobre, de no ser fea...", una frase similar suelta Dorothy McGuire (la novia de Gregory Peck). Junto a ella, el amigo judío de Peck, interpretado John Garfield, la amiga periodista comprensiva (una Celeste Holm inmensa que roba todos los planos en los que aparece: obtuvo el Oscar a la Mejor Secundaria: la película, de 8 candidaturas, ganó 3: Película y Director, además del de Celeste Holm)... en una película que gana mucho cuando se adentra en los terrenos del melodrama que en la parte más de tesis (pero, a diferencia de muchos europeos, cine social o cine político en Norteamérica no significa aburrido).
Una excelente película del mismo año en que otro delator, Edward Dmytryk, realiza una obra maestra del género negro, en la que el antisemisimo juega un papel crucial: Encrucijada de odios, con Mitchum, Robert Ryan, Gloria Grahame... (consiguió 5 nominaciones).
Mientras para la carrera de Elia Kazan no supuso su testimonio contra ex camaradas una merma en su cine, es un lugar común señalar que Dmytryk no volvió a realizar una película de la altura de Encrucijada de odios, cierto, pero El motín del Caine, Lanza rota o El baile de los malditos son buenas películas. 
A quien de verdad le arruinaron la carrera (y la vida) no fue a Dmytryk o Kazan, sino al actor John Garfield, quien negó ser comunista pero también se negó a delatar a quienes conocía. Murió en 1952 con 39 años, en los últimos tiempos apenas protagonizó un par de películas cuando en los 40 hizo Cuerpo y alma, La fuerza del destino, El cartero siempre llama dos veces...

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