sábado, 7 de noviembre de 2009

Una ciudad sucia: Caravaca de la Cruz

Uno, que madruga mientras otros trasnochan, se encuentra a esas horas intempestivas con los barrenderos. También en domingo, cuando se afanan por limpiar los restos de la noche: botellas, colillas, vasos rotos de los que no tienen edad para beber en los bares, o dinero, o estomago para trasegar el veneno que camuflan en el White Label o en el Beefeater. Los barrenderos se afanan, pero Caravaca es sucia, sucísima.

Entrevistaba Juan Fernández en Roma al ex Alcalde de la Coruña sobre las posibilidades de Caravaca en el Año Santo, y éste le respondía con lo que antiguamente se llamaba «alabanza de aldea»: la calidad de vida que ofrece una ciudad pequeña. Sólo que el ex Alcalde no vive en Caravaca y no conoce su suciedad. O cambia la situación en poco menos de un año o la impresión de los miles de peregrinos que nos visiten va a ser francamente mala. ¿No hay ordenanzas contra los dueños de los perros que ensucien las calles, por ejemplo? ¿Se aplican? ¿Es cuantiosa la multa? Urge, por otra parte, una campaña de concienciación ciudadana sobre la suciedad. Castigo y pedagogía, en definitiva. A veces, pedagogía del castigo. Escribía Arcadi Espada que si aparcar mal en zona azul se castigara con quinientos euros, casi nadie incurriría en ese delito. Quizá ha llegado el momento de aumentar la pena: vendría bien al Ayuntamiento y, con las elecciones todavía lejanas, no soliviantaría demasiado a la clientela.
Tenemos patrimonio artístico, natural, gastronomía, una cruz que trasciende nuestras fronteras… esperemos que con tantas atractivos el turista no repare en la basura. Nosotros parece que nos hemos acostumbrado a tanta mierda.
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