viernes, 27 de marzo de 2009

El terrorismo en el cine

Desde La Transición, el cine español se ha preocupado de indagar las causas de la violencia en el País Vasco. Más de veintiocho largometrajes desde 1977. En el contexto, finales de los 70, década de los 80, la visión mayoritaria es favorable al nacionalismo vasco, muestra simpatía incluso con ETA. Imanol Uribe es el más famoso de estos cineastas vascos, ha dirigido cuatro películas (que yo conozca) sobre el terrorismo: El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981), La muerte de Mikel (1984) y Días contados (1994). Sería como el Jim Sheridan español, aunque sin ninguna obra de la categoría de En el nombre del padre (1993). Pero, la conjunción de atentados mortales por grupos terroristas diferentes en diversos países, ha llevado a que la reflexión sobre terrorismo no parta exclusivamente de España o Irlanda, aunque nosotros convivamos con el horror de ETA que parece apunto de desaparecer. (Sobre terrorismo en los 70, aquí un pos anterior mío).

Por ejemplo, cuatro películas llegaron el mismo año a nuestra cartelera que tratan sobre terrorismo. Las más nuevas Paradise now (Hany Abu – Assad, 2005) y Munich (Steven Spielberg, 2005). Las dos sobre el conflicto palestino – israelí y las dos candidatas a ganar el Oscar.
-Munich cuenta la venganza israelí sobre los árabes que asesinaron a sus deportistas en las Olimpiadas del 72. Aunque los israelís hayan puesto el grito en el cielo, no podemos olvidar que se trata de una película donde se justifica el asesinato. Eso sí, también los palestinos, es decir, los terroristas palestinos tienen su corazoncito, sus razones. Por tanto, como las víctimas y los verdugos tienen sus razones y sentimientos, Spielberg acaba equiparándolas moralmente: tanto da morir que matar. Además, hablando sólo de cine, la película puede aburrir, su estructura es escesivamente repetitiva.
Eric Bana, en Munich
-En cambio, Paradise now sí tiene valores cinematográficos, no es un panfleto político. Sigue a dos amigos palestinos en las horas previas a que cometan un atentato en Tel Aviv. A través de sus paseos, de sus conversaciones, vemos la realidad cotidiana de los palestinos. Además, llega una francesa de origen palestino que aboga por la resistencia pacífica. Pero un personaje secundario, que se merecería una película entera, es el del maestro de los dos amigos. Les da clase desde pequeños y es el que los capta. No parece una mala persona, pero nada puede existir peor que quien envenena a los alumnos. Me recuerda al profesor de Sin Novedad en el frente, de Erich Maria Remarque en la excelente películas de Lewis Milestone (1930): unos jóvenes estudiantes alemanes aleccionados por su viejo profesor sobre el honor que supone luchar por Alemania, mueren en los campos de batalla de la I Guerra Mundial.
Las otras dos películas tienen más interés para un espectador español. Porque hablan de víctimas más que de terroristas y porque sus asesinatos tienen más en común con los de ETA. Las dos, además, reflejan hechos históricos.
-Omagh (Pete Travis, 2004) examina los acontecimientos del atentado con bomba del IRA Auténtico el 15 de agosto de 1998 que mató treinta y una personas. Después, sigue al grupo de autoayuda y apoyo de Omagh en su lucha por saber lo ocurrido. Como en España, tenemos víctimas y tenemos verdugos. Uno de los verdugos, el IRA, ha dejado de matar. Pero rápidamente hay una escisión, y una parte de ellos continúa matando. Nos encontramos, además, en pleno proceso de paz, donde tan molestos resultan las víctimas de Omagh como el IRA Auténtico. En la película, sigues el peregrinaje de los familiares para conocer la verdad, para que se haga justicia. Caen engañados por políticos de toda ralea (sale, por ejemplo, Gerry Adams) y confidentes de distintas fuerzas británicas o irlandesas. Nos encontramos con intereses del Estado que no se pueden compaginar con los derechos individuales: la sinrazón de legitimar unos caminos tortuosos para alcanzar una paz labrada sobre la mentira.
-Buenos días, noche (Marco Bellocchio, 2003) narra el secuestro y asesinato del presidente de la Democracia Cristina Italiana, Aldo Moro, en 1978. Antes de asesinarlo lo tuvieron secuestrado. Le interrogaban para que delatara oscuros negocios políticos o económicos. No lo hizo. Estaba dispuesto a intercambiarse por presos políticos y para ello escribió cartas que aparecían en los periódicos. Sus antiguos compañeros de partido fueron dejándolo de lado, utilizaron una táctica no por conocida menos dañina: <>. Enterrado en vida, dejaron a su viuda luchando sola. Ni el Vaticano quiso ayudarla. En la película, no se ve tan bien como en el ensayo de Leonardo Sciascia El caso Aldo Moro. Sciascia, aparte de novelista, era senador en la comisión que estudió si se pudo evitar su muerte. Sciascia indaga en las cartas que enviaba Moro y en la reacción de las autoridades y de sus compañeros de partido. Sciascia demuestra que Moro no ha perdido la razón en su cautiverio, no quiere morir, nada más. Pero la muerte de Moro en cierto sentido conviene a la clase política, ellos dirían a la democracia. Moro fue secuestrado cuando iba de camino a una sesión del congreso italiano en la que se iba a votar una moción de confianza de esta cámara sobre el nuevo gobierno encabezado por Andreotti (no perderse Il Divo, Paolo Sorrentino, 2008) , por primera vez con el apoyo del Partido Comunista Italiano. Era la primera vez que se ponía en práctica el llamado Compromesso storico. Este compromiso no era bien visto por las bases, sobre todo las comunistas. La muerte de Moro, se puede ver como el sacrificio del cordero que alumbraría una nueva democracia. La película de Bellocchio es un homenaje al honorable Aldo Moro, además de una crítica de todos esos terrorismos que surgieron en los sesenta y en los setenta (en el que ETA se incluiría), tan criminales como autistas. Después del secuestro, por ejemplo, los terroristas siguen su crimen por la tele, se enfadan porque el líder comunista, reunido junto a los obreros, condena el secuestro y la muerte de sus cinco escoltas. Por las caras y las palabras de los terroristas, parece que esperaban una revolución nacional.
Esta película sirve para quitarle el heroísmo a los terroristas, sobre todo la percepción que algunos Occidentales tienen de aquellos que se autodenominan vanguardia o elite. Tanto las cartas de los secuestradores de Aldo Moro, como el personaje de Eric Bana en Munich, llegando al orgasmo mientras recuerda los atentados, nos alejan de ese paraíso en la tierra que quieren imponer los terroristas étnicos, religiosos o de extrema izquierda o derecha. ¡Las utopías para la literatura y el cine!



PD. El terrorismo islamista tratado con mucho humor pero con planos que hielan en Four Lions (aquí post mío).
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